LA INFLUENCIA DE AQUEL MAESTRO Y AQUELLA MAESTRA QUE, A SU MODO, INFLUYERON EN QUIEN SOY
Te hablo desde el adulto que recuerda con absoluta nitidez cómo se sentía de niño con los maestros y maestras con los que aprendió a amar según qué cosas y a odiar otras.
Esos recuerdos me llevan a viajar en el tiempo, cuando era un niño, y en el espacio, a la escuela de Ainzón, mi pueblo. Allí estaba don Dionisio, frente a un atento César de ocho o nueve años que compartía pupitre con Dani, infatigable amigo que conocía como la palma de su mano en qué mes y en qué lugar nos esperaban las fresas, las cerezas o los albaricoques. Para mí siempre fue como esos expertos en mapas y localizaciones de las películas de comandos. De él me podía fiar.
Don Dionisio tenía un arte especial para mover el bigote si quería mostrar desacuerdo, y le bastaba fruncir el ceño para que no se oyera ni una mosca. Fue él quien me enseñó a sentir verdadera pasión por la lengua española, quien me animó a expresarme correctamente y a apreciar el valor de cada palabra y la fuerza de cada frase. A él le debo mis intentos continuos por hablar con propiedad y mi interés por hallar matices y aclarar conceptos.
Allí se encontraba, también, una maestra de cuyo nombre no quiero acordarme (qué bien me viene esta frase de Miguel de Cervantes). Estaba en sexto, eso no lo olvidaré jamás. Dos acontecimientos permanecen en mi memoria del año que pasé con aquella mujer, y hoy te traigo uno de ellos:
Este primero se resume en una frase, y es que consiguió hacerme odiar las matemáticas para toda la vida. Estoy seguro de que si hubiera tenido como maestra a alguien que adorara las mates, una persona que sintiera pasión por lo que hacía, esto no habría sucedido. He de decir que, bien mirado, le debo a ella mi decisión de lanzarme a las letras puras, con Latín y Griego, como escapatoria para huir de aquel martirio; y es gracias a ella, pues, que descubrí la mitología y todas las historias enrevesadas que constituyen la base de la literatura universal.
Fragmento de la nueva educación.
Buenas noches… madre mía…a esta hora suelo estar dormidita…jiji….gracias por dedicar tu tiempo a concienciar…
¡Ole!
Te faltan dos….
¡Muy atenta!:D
Madre mía, yo pasé también por una maestra que me hizo creer que yo no valía para entender las matemáticas y por ello me desvivo para que a mis alumnos y alumnas no les pase lo mismo. Siempre digo que aprendí lo que NO debía hacer en clase. Me encanta cuando se les encienden la cara al disfrutar haciendo operaciones matemáticas.
¡Un abrazo!
Hermoso relato, lo voy a leer a mis estudiantes que ingresan al profesorado de Educación física en Argentina, Azul Pcia de Buenos Aires. Gracias!
¡Andrea! Maravilloso 😀
Me causa alegría saber que los acompañaré allí. La segunda parte de la de matemáticas es incluso mejor 😉
Abrazo desde España.