¡Qué instalaciones!
El colegio tenía unas instalaciones preciosas, y tantos recursos materiales como cualquier docente pudiera desear. Si hubieras entrado allí conmigo habrías exclamado: “¡Aquí da gusto trabajar!”. Estoy seguro de que cuando has leído hasta aquí deseas tener más información, porque este tema atrae mucho en el mundo de la educación, así que continuaré, pero te adelanto algo: quizá el final no sea como que esperas.
Después de una reunión que tuve con los docentes y el equipo directivo, cuando ya el ambiente se había relajado y un par de maestras me acompañaban a comer, hubo un instante en que ambas se miraron, y tras esa mirada una de ellas me dijo: “El ambiente es irrespirable, nada más que llegas has de posicionarte en un bando u otro: con los que apoyan al equipo directivo o con los que van en contra”.
Gracias a un profesor que tuve en el instituto terminé amando la historia, y muchas veces esta me ayuda a entender los pequeños acontecimientos que nos ocurren día a día. Traigo a colación un suceso del que se puede extraer una gran enseñanza:
Alejandro Magno se enfrentaba a Darío III en la Batalla de Gaugamela (331 a.C.), una de las grandes batallas de la antigüedad. El ejército persa contaba con unos 250.000 combatientes, mientras que el ejército de Alejandro sumaba 7.000 jinetes y 40.000 infantes, un número ridículo comparado con los persas. Una de las principales diferencias entre ambos ejércitos y motivo por el que se decantó la victoria a favor de los macedonios fue la unión: la mayoría de los soldados del ejército de Alejandro Magno eran y actuaban como soldados profesionales, y aún más importante, conocían al rey que representaban: hablaban con él, comían con él. Además, hablaban entre ellos, sabían de dónde venían y para qué estaban allí, y, sobre todo, se sentían parte de un todo único e inseparable. A diferencia de estos, muchos soldados del ejército persa no conocían a su gobernante ni a sus compañeros, ni si quiera hablaban el mismo idioma (motivo que dificultaba mucho la comunicación, léelo literal o metafóricamente), ni siquiera compartían los mismos intereses.
¿Te imaginas que los soldados de Alejandro se hubieran puesto a luchar entre ellos? Cuando nos enfrentamos entre nosotros perdemos todos. Tenemos enemigos mucho más grandes que los compañeros: la incultura, la falta de educación, la pobreza, la exclusión social, la desmotivación, la violencia en la sociedad que va contagiando a las aulas… Así que no estaría de más que dejáramos lo secundario en segundo lugar y priorizáramos el compañerismo, el diálogo y la unión. Sucede en todas profesiones, ¡en todas! Pero en esta, en el mundo de la educación, teniendo en cuenta que nuestra misión es formar personas íntegras, recuerda que solo puedes exigir aquello que tú puedas dar. No podrás exigir compañerismo a los niños si tú no lo das, no podrás exigir respeto, diálogo, convivencia o humanidad si tú no los das. Que nos doten de recursos materiales, ¡que se necesitan!. Pero luchemos para que los recursos humanos garanticen toda la calidad (humana) que exigimos en los demás. Si la gente admira tu profesión, que sea porque eres admirable, digno de ser admirado, y eso se consigue siempre dando lo mejor de ti: en lo profesional y, por supuesto, en lo humano.